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Actividad

Fauna desaparecida: lecciones para aprender

‘Durante el Pleistoceno, hace solo unas decenas de miles de años, nuestro planeta albergaba animales espectaculares. Mamuts, aves del terror, tortugas gigantes, y tigres de dientes de sable, además de otras especies mucho menos familiares como perezosos gigantes (algunos rondaban los 7 metros de altura) y gliptodontes (armadillos del tamaño de un coche), deambulaban libremente. Desde entonces, sin embargo, el número y la diversidad de especies animales en la Tierra se ha reducido de forma consistente y a un ritmo constante. Hoy en día nos queda una fauna relativamente depauperada, y seguimos perdiendo especies animales que se extinguen rápidamente. Aunque algún debate aún persiste, las mayores evidencias sugieren que los humanos somos responsables de la extinción de esta fauna del Pleistoceno, y hoy en día la extinción continúa a través de la destrucción de tierras salvajes, consumo de animales como recursos o lujo, y la persecución de especies que vemos como amenazas o competidoras.
Esta pérdida global de especies animales, también conocida como ‘defaunación’ (por analogía con ‘deforestación’), está siendo reconocida cada vez más como un problema similar a la deforestación en términos de escala e impacto. Aunque por razones emocionales o estéticas podríamos lamentar la extinción de especies carismáticas de gran tamaño, como tigres, rinocerontes y osos panda, ahora sabemos que la pérdida de especies animales, desde el elefante más grande hasta el escarabajo más pequeño, también puede alterar fundamentalmente la forma y función de los ecosistemas de los que todos dependemos. Identificar los factores responsables de estas extinciones  es bastante sencillo, pero detenerlas es un reto intimidante. Las especies animales continúan reduciendo sus poblaciones, y desapareciendo, incluso en reservas protegidas de gran superficie, debido a los impactos directos, como el furtivismo, y a las retroalimentaciones ecológicas indirectas, como la fragmentación del hábitat. Tanto la caza como el furtivismo podrían ser candidatos obvios de políticas objetivas e intervenciones de manejo, pero hay cuestiones sociales complejas detrás de estas actividades que requerirían acciones coordinas y cooperativas entre naciones. Mientras la detención de las extinciones continúa siendo un gran reto, los intentos de revertir esta tendencia están aumentando. Los esfuerzos de ‘refaunación’ implican una variedad de aproximaciones, incluyendo la reproducción de especies en cautividad, con la esperanza de poder reintroducir individuos en la naturaleza, y ayudar así a la recolonización de áreas donde las especies han sido previamente extirpadas. Revertir activamente las extinciones animales es un reto del mismo porte que prevenirlas en primer lugar, pero algunas historias exitosas dejan cierto margen a la esperanza.
Muchos notan y lamentan la extinción de animales pero aún no reconocen que los impactos de estas pérdidas trascienden las necesidades estéticas y emocionales de mantener los animales como una parte de la naturaleza. Investigaciones actuales revelan sorprendentes tasas de declive y extinciones de animales, confirmando la importancia de esas especies en los ecosistemas. De forma más general, sugieren que si no somos capaces de finalizar o revertir estas tasas de pérdida de animales, tendrá implicaciones mucho mayores para nuestro propio futuro que un corazón roto o un bosque vacío.’
El texto anterior es una traducción prácticamente literal de Vignieri (2014), publicado en un número especial de la revista Science dedicado, precisamente, a los animales ya desaparecidos de nuestro planeta. Más correcto sería decir que este número especial está dedicado al pernicioso efecto de la desaparación de la macrofauna sobre los ecosistemas donde habitaban. En el caso de la Cantábrica, parece obvio que ya no podemos hacer nada por el lince boreal Lynx lynx, la especie de felino situada en la cúspide de la trama trófica que habitaba (al menos) hasta bien entrado el siglo XX en nuestras montañas (Clavero & Delibes 2013). Pero el gran problema no es la extirpación del lince de la cantábrica. Como bien argumenta Vignieri (2014), el papel ecológico que realizaba este superdepredador en la regulación de las poblaciones de, por ejemplo, el jabalí Sus scrofa no ha podido ser reemplazado por ningún otro animal, por más queel lobo ibérico Canis lupus signatus pueda también depredar sobre ellos. Sin embargo, precisamente tenemos todo por hacer para evitar que desaparezcan para siempre las poblaciones salvajes de esta (sub)especie de las montañas cantábricas, cuya función para el equilibrio de los ecosistemas donde habita está científicamente probada y demostrada, tal y como señalan diversos autores en el número especial de la revista Science. No es una cuestión de ética (aunque también), es una cuestión de equilibrio ecológico y, por lo tanto, de viabilidad socioeconómica para los habitantes de los entornos rurales en la Cantábrica.
Si las pruebas esgrimidas tampoco son suficientes para que nuestros políticos cambien el rumbo de sus acciones en relación a la gestión del lobo, entonces estaremos asistiendo en directo a la extinción de cualquier posibilidad de equilibrio futuro a escala de paisaje en la cantábrica. A modo de corolario, ¿y estaremos dispuestos entonces a gastar millonadas de los presupuestos regionales para ‘reintroducir’ manadas de lobos para que se encarguen de reequilibrar los ecosistemas cuando nuestros políticos se den cuenta, efectivamente, que la presencia de poblaciones viables de superdepredadores es la mejor, la única y la más barata herramienta de gestión sostenible de los ecosistemas? ¿Qué pruebas científicas adicionales necesitan para, efectivamente, darse cuenta de esto?
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REFERENCIAS
Clavero M, Delibes M. 2013. Using historical accounts to set conservation baselines: the case of Lynx species in Spain. Biodiversity and Conservation 22: 1691-1702.
Vignieri S. 2014. Vanishing fauna. Science 345 (sp. Issue): 393-395.